
Curiosamente, mientras celebramos en los Orgullos como el de Torremolinos que dejamos de ser delincuentes (abolición de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1979-89), que dejamos de estar enfermos (OMS, 1990), que podemos casarnos (2005) o que ‘maricón de mierda’ no es libertad de expresión en algunas Comunidades Autónomas como Cataluña (2014) o Madrid (2016), han aparecido nuevas problemáticas -o mejor dicho- algo que siempre había estado presente, de repente, se convierte en tema de interés porque decir según qué ya no queda bien en Facebook, Instagram o Twitter.
Me refiero a cuestiones como la preocupación por palabras como ‘mariconez’, el bombardeo de penes gratuito en las redes sociales o la discriminación dentro del propio colectivo por expresión de género, es decir, la plumofobia. Algo que parece muy mainstream pero que en realidad es más viejo que RuPaul.
De verdad, lo he intentado, he buscado en Google, en la Wikipedia y en ForoCoches pero no me convence absolutamente nada sobre ‘el origen’ de la pluma. Ni los cascos con plumas de los soldados fascistas que vieron a España durante la guerra civil, ni las teorías antropológicas de Marvin Harris ni la cultura popular heteronormativa que establece que ‘la pluma se coge de pequeño’. Por todo ello, y hasta que alguien ponga orden, me quedo con esa frase de La Mala Rodríguez que dice ‘a mí predícame con el ejemplo’.
Ejemplos como el de Pepe Ocaña que salía vestido de flamenca a las Ramblas de Barcelona mientras la policía le perseguía, ejemplos el de Mar Cambrollé que tuvo incluso que pelearse con el propio colectivo para reivindicar los derechos y la identidad de las personas trans, ejemplos como el de Luis Antonio de Villena que escribía poemas a los hombres, por muy ‘antinatural’ que eso fuese, ejemplos como el de Jordi Petit y Empar Pineda que salieron del armario por primera vez en España, o ejemplos como el del actor Alfredo Landa que se atrevió a interpretar a un ‘mariquita’ en No desearás al vecino del quinto en la España del ‘macho ibérico’.
Estos son solo algunos de esos señores y señoras con pluma, por supuesto, existen muchas más, como las históricas Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, impulsoras de la revuelta de Stonewall. Desconozco el momento en el que el colectivo se apropió del concepto pluma para utilizarlo como un arma reivindicativa más. En todo caso, lo que está claro es que con la pluma hemos vuelto a hacer lo que mejor se nos da: apropiarnos del insulto para neutralizarlo y convertirlo en algo bonito.