
El lenguaje es un hecho social y, por tanto, muta. El lenguaje audiovisual no es una excepción a este axioma; al igual que la sociedad va cambiando, el lenguaje y las historias a las que decidimos dar protagonismo cambian con nosotros. Durante los últimos años, a raíz de movimientos como #MeToo y #BlackLivesMatters, hemos visto un crecimiento de la importancia que se le dan a los colectivos más vulnerables dentro de la sociedad. Esto provoca esperanza por poder dar un paso adelante, pero también rechazo por aferrarnos a la norma.
División en grupos para mantener la norma
En épocas pasadas, desde el nacimiento del cine, los grupos privilegiados dieron dos papeles a los grupos minoritarios. En primer lugar estaban aquellos que no podían eliminar por completo; las mujeres, las personas negras o las pertenecientes a clases socioeconómicas inferiores. Estas quedaban relegadas a personajes arquetipos, sin más profundidad que el rol asignado en función del protagonista (esposa, amiga, sirvienta…). En segundo lugar tenemos a los grupos que fueron totalmente censurados; el colectivo LGBT+, cuerpos no normativos, personas neurodivergentes, familias no tradicionales, etc.
Estos grupos han sido utilizados durante años como recurso humorístico, en ocasiones siendo totalmente deshumanizados (como podemos ver con el blackfacing o el crossdressing como recurso humorístico). En Desayuno con diamantes tenemos a Mikey Rooney vestido con kimono y con los ojos rasgados. La primera idea es que aquella exagerada representación de un japonés es únicamente un alivio cómico. Nadie tiene porqué sentirse ofendido, no se quería reflejar la cultura japonesa, ni demostrar que lo peor que te puede pasar en el mundo es tener un vecino irascible japonés. Sin embargo esa es la perspectiva de occidente.
Quienes aborrecen la dicha inclusión forzada, argumentan que la representación es una imposición ideológica, frente a a la cual la industria cinematográfica no debe tomar partido. Sin embargo lo que vemos al analizar el cine a través de los años es que el mundo audiovisual siempre ha sido una herramienta política, y no sólo desde que se buscó representación auténtica. Entonces, ¿de dónde surge esa ira a la inclusión?¿Por qué es algo que parece molestar tanto? Pues parece ser que esto de la inclusión forzada no es más que un malentendido.
Los motivos de la inclusión forzada
En primer lugar, un malentendido que recae en la responsabilidad del público. Al habernos acostumbrado a un tipo de contenido y de interacción con los grupos vulnerables, cuando estos salen del arquetipo y la censura para ser personajes principales y/o protagonistas, nos confunde. Vivimos en un mundo cambiante donde cada vez se habla más de diversidad en la sexualidad, de diversidad en el género, de igualdad interseccional, etc. Cuando el cambio se presenta en nuestra cara vertiginosamente, mucha gente prefiere echar el freno. Ante demasiadas cosas extrañas, prefieren lo familiar; cuando todo se vuelve confuso, se ansía la simplicidad. Este es un cruce peligroso.
En segundo lugar, tenemos la falta de habilidad por parte de la industria para construir personajes diversos. Actualmente se apuesta en pos de la diversidad, pero las personas dentro de la industria están acostumbradas a reflejar la realidad desde su perspectiva y carecen de un referente que aporte profundidad en el discurso.
Un perfecto ejemplo de esto es el estreno de Disney, Encanto (Ganadora del Oscar 2022 a Mejor Película de Animación), por su representación cultural, que sigue la línea de actuación de anteriores como Coco y Moana. Detrás de los personajes, los lugares y la trama, hay toda una investigación para que en cada detalle se representara la historia y las costumbres de los colombianos. Esta representación tan acertada y al detalle fue gracias a un equipo de expertos, contratados para que ayudaran al equipo de directores a entender las dinámicas colombianas.
Cuando carecemos de esto, nos encontramos con producciones como Pocahontas que (además de basarse en mitos) fue criticada por sobresexualizar al personaje histórico y por obviar los verdaderos sacrificios que ésta hizo para mantener la paz entre su tribu y los colonos.
Un cóctel Molotov
Por culpa de estas dos cosas se dan fracasos audiovisuales. Estos fracasos provocan que en el discurso mayoritario demos la espalda a las numerosas producciones audiovisuales que han cultivado un gran éxito gracias a la diversidad bien representada. Un claro ejemplo de esto es la serie POSE, que habla de la subcultura de los ballrooms en el New York de los años 80’/90′.
En ella vemos miembros del colectivo LGBT+, representados por actrices que saben lo que es vivir en esa piel. Todos los personajes reflejan la profundidad digna de seres humanos complejos y con historias propias.
Los fracasos son fracasos porque la audiencia no sólo exige que se ‘cumpla una cuota’, sino que sea bien hecha y auténtica. No existe la inclusividad forzada, simplemente existen personajes que reflejan características fuera del molde al que estamos acostumbrados. La sexualidad, género o color de un personajes no se puede considerar forzado por representar a personas que existen.
La importancia de su existencia radica más allá de las ventas, sino en permitir que un público sistemáticamente ignorado se vea reflejado e identificado en personajes que, de haber aparecido en una época más conservadora, no habrían existido de la manera que los conocemos. La diversidad existe, y su representación en pantalla no es forzada, simplemente es real.