
La publicidad es fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos, y no hay nada más cercano a la realidad de nuestros días que la diversidad, pese a quienes se niegan a cambiar las oxidadas tradiciones en cuestiones de amor.
Y es que las parejas homosexuales han conquistado las campañas publicitarias. Un hito que comenzó tímidamente con spots como “El reflejo más real de un suelo limpio” de Asevi Mio, en el que una pareja gay reivindicaba que no todas las casas son iguales –como se empañaba en mostrar la publicidad-, y que ha experimentado un boom en los últimos años, especialmente después del gran impulso del spot “Familias” de Coca Cola.
Los anunciantes se han atrevido, por fin, a tomar como referentes de sus marcas a personas homosexuales (“Romeo y Julio” – Uber) y transexuales (“Hay que ser muy hombre” – Gillette) Y, aunque aún sean pocas las empresas que dejen a una feliz pareja homosexual aparecer en sus anuncios, como las novias que se reencuentran en el anuncio de Navidad de Amazon Prime, es de agradecer el mensaje de apoyo al colectivo.
Pero no todo es de color de rosa. Esta visibilización trae consigo una serie de suspicacias. Surge así el debate de si el apoyo de ciertas empresas al colectivo LGTB es real o solo una estrategia de marketing para disfrazar sus verdaderos intereses. Es lo que se conoce como “pinkwashing”: empresas que habitualmente mantienen cierta distancia con el colectivo, pero que en fechas señaladas muestran su apoyo para multiplicar sus beneficios.
No es difícil encontrar ejemplos de ello, especialmente durante las fechas del Orgullo. Como sucedió este año con la campaña “¿A quién le importa lo que yo coma?” de Just Eat o con la de Wallapop “Que nada ni nadie se quede en el armario”. Claro que, pasada la fecha, desaparece todo el colorido.
Por otro lado, están las empresas que temen que, por dar visibilidad al colectivo, se les asocie exclusivamente a él. Un temor infundado únicamente por estereotipos, ya que los productos no entienden de orientación sexual ni de identidad de género. Un perfume seguirá siendo un perfume lo lleve quien lo lleve, lo mismo que un coche o cualquier otro de los productos que solemos ver anunciado por personajes heteros.
Y, pese a lo que digan algunos: no, ver a dos chicas besándose en su habitación (“La gran fiesta de la casa” – Leroy Merlin“) no va a volver lesbiana a tu hija. Por el contrario, denunciar este tipo de anuncio para acabar quitándolo, como se consiguió con el spot gay “La Vuelta Al Cole” de El Corte Inglés, solo nos confirma la imperante necesidad de reivindicar ahora, más que nunca, la normalización de otras realidades.
Siempre está bien esta situación de aceptación aquí y ahora pero habría que intentar extenderla por el planeta. En cualquier caso, tenemos que ser más fuertes, y para ello tenemos que dejar atrás esa época de individualismo exacerbado de la que venimos. Las personas que no respondemos a lo que el heteropatriarcado esperaría de nosotras tenemos que estar más organizadas, al menos tanto como la gente conservadora, que se reúne un rato todos los fines de semana en sus templos. En torno a una religión atea/agnóstica, no dogmática, feminista, antirracista, ecologista y aliada de los movimientos LGTBIQ, lo conseguiríamos, y seguramente se formarían muchas comunidades.