
Empezaba a atardecer en Sahagún cuando Nikki subió la cuesta que le conducía hasta la Iglesia de la Peregrina. Era uno de los lugares más emblemáticos del pueblo: un imponente Santuario de estilo románico mudéjar, cuyos orígenes se remontaban al siglo XIII. Las vistas que se obtenían desde allí eran otro de sus atributos, especialmente a aquella hora, en la que el sol empezaba a ocultarse.
Un lunes al final de la tarde era raro encontrar allí a alguien. Nacho era la excepción, el único que estaba esperando en la parte de atrás del edificio, fumando y con su habitual expresión de chico malo. Cuando Nikki estuvo a suficiente altura, Nacho tiró su pitillo al suelo y lo pisó. Los dos adolescentes se miraron a los ojos, y acto seguido se besaron. Lo hicieron una y otra vez, con impaciencia y descontrol. Para ambos era excitante que aquello fuese un secreto, y algo prohibido a los ojos de una sociedad conservadora. Descubrir el cuerpo del otro era un deseo irrefrenable. Nacho, que había tenido experiencias con algunas chicas —aunque menos de las que pudiese parecer—, dirigió la situación, invitando a Nikki a meter la mano dentro de su pantalón, a la vez que él hacía lo mismo. Ocultos en uno de los rincones que había detrás del Santuario, de pie y apoyados en la pared, se masturbaron mutuamente mientras se besaban. Sus respiraciones eran cada vez más agitadas.
Llegaron al orgasmo prácticamente al mismo tiempo. Unos minutos después, las inspiraciones sonaban más pausadas y densas, y unos pañuelos de papel manchados en el suelo eran la única prueba de aquel encuentro.
Después fueron a la parte delantera del edificio y se sentaron en el césped. Nacho se encendió otro cigarrillo mientras contemplaban desde allí todo Sahagún. Podían divisar la Torre del Reloj y cómo las luces de las casas iban encendiéndose poco a poco. A lo lejos, tras el bosque, se vislumbraban los montes de León.
—Oye, Nikki. Yo no soy marica.
—¿Ah, no?
—No. Y te aviso, enamorarse de un hetero, siendo marica, es una gilipollez —marcó distancia Nacho.
—¡Estamos en los noventa! ¡Los tiempos van a cambiar!
—¡Bueno, pero no te enfades!
—¡Puede que no seas tan hetero! —le espetó Nikki. Tras un tenso silencio entre los dos, retomó la conversación con una incómoda pregunta—. Pero a ver, seas lo que seas…, ¿yo te gusto?
Nacho apagó su cigarrillo y sonrió.
—¿Tú qué crees?
Luego, los dos chicos se despidieron con un beso largo.