
Desde hace casi 50 años, cuando Stonewall se convirtió en el hito fundacional de la lucha social por los derechos LGTB, se ha visto aflorar toda una serie de representaciones que han promovido la lucha por la visibilidad de un colectivo que durante siglos ha estado perseguido.
Aunque existen atisbos homoeróticos literarios muy anteriores, la eclosión de una literatura donde el sujeto y el objeto literarios son abiertamente homosexuales/transexuales es tardía, a pesar de que el colectivo ha existido siempre. Ejemplos de los precursores hispánicos son casos como la escena lésbica de La Celestina o las marcas afeminadas de los mil y un Juanes teatrales, que participaban de las dos vertientes bíblicas en el siglo de Oro.
Estos son parte de esa representatividad clásica de que ha desembocado en la reivindicación de un Lorca, un Cernuda y un Jaime Gil de Biedma gays o de esas primeras representaciones lésbicas postfranquistas que encontramos en los cuentos de Carme Riera en Te dejo el mar – una traducción de te deix amor la mar com a penyora, publicados en catalán en 1975– o en El mismo mar de todos los veranos de Esther Tusquets.
Sabiendo que la literatura es un referente de lo visible y lo invisible del mundo, se entiende que la necesidad de mostrarnos como somos -o cómo son los demás- es una de las obligaciones de aquellos que nos dedicamos a las letras; sin embargo, asumiendo que los derechos del colectivo LGTB son una lucha, la literatura de este tipo tiene que tener constancia de que cada palabra que emplee es un arma para la consecución de los fines de un conjunto social que vive oprimido.
En un primer momento, la literatura de la Movida dedicada al colectivo siguió una línea entre el romanticismo y el erotismo que obviaba, en muchos casos, la capacidad del mundo literario de tener la capacidad de crear mundos reales y ficticios donde todo es posible.
Actualmente, sin embargo, encontramos autores y autoras que han comprendido que los personajes LGTB pueden sobrepasar las escenas de sexo y entrar en juego en novelas negras, históricas o de ficción, sin que esto suponga una pérdida de los valores del movimiento por la defensa de la libre sexualidad, que es el fin último de toda esta cultura del Orgullo.
De esta visión de la literatura como arma, a la que antes se hacía referencia, y esta superación de los tópicos sexuales surge el que algunos estudiosos estén en contra de la necesidad de diferenciar la literatura LGTB de aquella que es social per se, porque consideran que no debe existir una diferenciación especial por pertenecer a un grupo específico, sino que cualquier libro debe diferenciarse y elevarse por su calidad literaria.
Más allá del academicismo, otros colectivos tildan este tipo de etiquetas de una estrategia de marketing más de aquellas editoriales que se nutren de este tipo de literatura, sin tener en cuenta que estas surgen como el grito desesperados de lectores que nunca se han sentido identificados con los personajes que culturalmente son predominantes.
Así pues, asumimos que quizás tengan razón, ¿quién sabe?, lo que está claro es que, sea como sea, es un derecho adquirido por parte del colectivo poder leer textos donde todas las personas que a él pertenecen se vean identificadas, no solo por una cuestión emocional, sino por ser un símbolo más por la memoria de quienes murieron sin poder reivindicar que lo que sentían o cómo se sentían no estaba dentro de la norma.