
Hace ya algún tiempo, tuve el placer de ver un documental llamado Las llaves de la memoria, donde se hablaba de los pueblos que, asediados por otros, perdían la identidad y, a pesar de que se miraban en el espejo, no eran capaces de reconocerse.
Aunque es cierto que en el documental se hablaba del pueblo andalusí, algunas veces tengo la sensación de que cualquier colectivo repudiado en algún momento de la historia pasa por ese alzheimer identitario que es incapaz de recuperar su memoria, porque la amputación de sus miembros los hace sentirlos, pero no tenerlos.
En el caso del colectivo LGTB+, parece que fue en Stonewall donde el mundo empezó a ser consciente de la necesidad de aceptar la diversidad y fue desde entonces cuando la visibilidad se tomó por bandera dentro de nuestro colectivo, un colectivo que para muchos no existía hasta aquel momento.
Es cierto que, sociológicamente, la llamada revolución LGTB+ tiene una vida extremadamente corta, lo que nos hace pensar en lo discriminante que ha sido el mundo durante tantos y tantos siglos y cómo las conductas de diversidad de género y sexual han sido perseguidas -inclusocondenadas- en todo el mundo, sin distinción de raza, sexo o nivel económico; sin embargo, y como era de esperar, la literatura ya había mostrado atisbos de rebeldía desde mucho tiempo atrás.
Señalar obras donde los personajes se asoman de alguna manera al colectivo nos traslada a los Poemas entre maestro y alumno de Catulo o la obra de Safo de Lesbos, a la que se liga la etimología de la palabra lesbiana.
Pero más allá de la literatura previa a la extensión de las tres grandes religiones monoteístas, el homoerotismo inundaba la Córdoba califal y su poesía hispanoárabe y, ya en el bando cristiano,en el siglo XVI encontrábamos a algunos pastores a los que Cupido parecía querer mandar sus flechas de amor,sin que ello dejase dudas de su masculinidad,rompiéndose de esta manera los tópicos ligados a la homosexualidad masculina al ser asimilada comouna pseudoconducta de hombres femeninos.
Si se recorre la literatura desde el Renacimiento, vemos cómo es la cuestión androcéntrica la que nos retrotrae a la literatura clásica y, por tanto, al homoerotismo propio de Grecia y Roma. No obstante, no es la península ni el siglo XVI el que nos muestra la plenitud de la representación cultural del colectivo, pero sí sus primeros vagidos literarios.
Aun así, las constantes vueltas al teocentrismo cultural y la importancia de la cultura de la cristiandad como señas de identidad de una Europa marcada por su religiosidad no permiten que no sea hasta los siglos XIX y XX, en plena revolución de las tendencias románticas y naturalistas, cuando los autores europeos y americanos comienzan no solo a mostrar su propia sexualidad, sino a hacerla visible entre sus letras.
Autores y autoras como Radclyffe Hall, Henry James, Djuna Barnes, Annemarie Schwarzenbach, Marcel Proust, Virginia Woolf, Constantino Kavafis, Walt Whitman o, desde España, Federico García Lorca, Carmen Conde o Luis Cernuda, entre otros, fueron precursores de Stonewall.
Hacer literatura ha sido la forma más pura de mostrar la naturaleza del ser humano, a la vez que se crean mundos donde la discriminación y la censura no tenían cabida. De ahí que, más allá de que celebremos este precioso aniversario, debamos empezar a conocer nuestra cultura, porque el colectivo es otra parte importante más de la historia y, por eso, nuestra obligación como personas libres es descubrirla, para que no todo quede en un hito de luz concreto en medio de estas grandes tormentas que constantemente, desde los sectores en los que reina la LGTBIfobia, nos azotan.