
Desde el pasado 2 de diciembre, el auge de Vox ha ocupado los medios de comunicación. Más allá de lo que cuentan las televisiones y periódicos, la protesta y el movimiento social no se han hecho esperar. Los colectivos que conforman lo que en hermenéutica conocemos como otredad temen por la pérdida de derechos que se han ido consiguiendo en democracia y que tanto tiempo ha costado conseguir.
En el caso del colectivo LGTB+, Vox dicta en uno de sus puntos la contrariedad frente al matrimonio igualitario, argumentando la antinaturalidad del mismo y asumiéndolo como un insulto flagrante contra la moralidad y el estamento de la familia.
Entre los comentarios que han seguido a este controvertido punto, han rescatado aquel debate lingüístico que sumió a España en el desconcierto allá por el año 2005, cuando el PSOE llevó a trámite la aprobación del matrimonio igualitario. El argumento de los conservadores contra la apropiación del nombre matrimonio para las uniones de personas del mismo sexo surgía en favor de dos líneas: la religiosa y la etimológica.
Por un lado, el sentimiento de contrariedad en base a la fe religiosa asumía que el matrimonio era propiedad de la religión, en tanto que es un sacramento, y por tanto cualquier distorsión de esta realidad era romper con una cultura más que enraizada.
En este punto se olvida que, aunque el matrimonio tomó su auge con el cristianismo, este tipo de uniones ya se daban anteriormente con el fin de perpetuar los poderes de las clases nobles, además de que en pleno siglo XXI, una vez ya se había aceptado el divorcio y las uniones civiles entre parejas heterosexuales, este tipo de argumento no tenía ( ni tiene) cabida.
Por el otro lado, la cuestión etimológica asumía que la composición de matrimonio [matris(=”madre”) y monium (= “calidad de”)] negaba per se la apropiación de dicho nombre, puesto que la incapacidad de las familias homoparentales para procrear por sí mismas imposibilitaba la relación con esta palabra.
En este caso, la ideología conservadora obvió que, más allá de sus sentimientos, la evolución de la lengua se estructura basándose en la necesidad de nombrar nuevas realidades sociales. Para ello existen dos formas de innovación léxica o neología: la creación de nuevas palabras o la reasignación de conceptos que, por extensión, amplían sus acepciones asumiendo cierta similitud con una realidad previa.
De este modo, la lengua, en su condición de reflejo de una sociedad, y sus hablantes no tienen en cuenta la etimología, al igual que no lo tienen en casos de polisemia tan comunes como ratón(animal1y aparato electrónico2), banco (asiento1, conjunto de peces2 y empresa financiera3) y tantos otros que dependen de las variedades lingüísticas tanto sociológicas como dialectales.
Si uno de los pilares de la política voxiana es el de defender y garantizar la importancia de la lengua española a nivel internacional, se debe aceptar que esta es rica gracias a su extensión y diversidad y que el puesto de segunda lengua más hablada del mundo lo merece debido a su capacidad de adecuarse a diferentes contextos sociales sin extrañar cualquier irrupción novedosa.
Así pues, podemos decir que asumir que los derechos de las personas van más allá de cualquier sentimiento o ideología se convierte en una asignatura pendiente para aquellos que no comprenden que cualquier evolución es necesaria, tanto en lo social como en lo lingüístico, y que la innovación léxica y polisemia de las palabras es un elemento tan natural como el nacimiento de los seres humanos que hacen de nuestra lengua y nuestro mundo algo digno de amar y honrar.