
Mientras hacíamos todas estas cosas sentía envidia de lo que es ser un niño. De pequeño algo que nos caracteriza es la inocencia. Todo lo hacemos y deshacemos a nuestro antojo siendo libres, sin ser juzgados y dejándonos llevar por lo que nos gusta.
De este planteamiento se me viene a la cabeza un recuerdo en particular de cuando yo era pequeño y jugaba con las Barbies de mi hermana. Indistintamente jugaba con mis juguetes y los de mi hermana y simplemente eran eso, juguetes. A medida que crecí fui cambiando, no recuerdo exactamente en qué momento, pero de pronto el niño que era tuvo que adaptarse a lo que la sociedad le imponía para encajar. Por ello, no me quedaba otro remedio que remar al compás de todos mis compañerxs de colegio.
Es curioso como ya desde muy pequeño tuve que amoldar mi personalidad y gustos en función de lo que se esperaba de mí. En mi caso no me gustaba el fútbol y aun así por un tiempo me esforcé en ello y todo porque era lo que se esperaba de mí. Que no me gustase el juego por antonomasia de todo chiquillo era solo un simple detalle de todo lo que se venía. Aparte de eso, encajaba más con las niñas que con los niños y desde entonces empecé a relacionarme más con ellas. Sabía que era un niño con otros gustos, diferente, y eso me hacía sentirme raro. Empecé a tener miedo de lo que podían pensar los demás y a sentirme presionado por el qué dirán.
En este punto es donde empezó mi lucha por saber qué me pasaba, quién era y quién quería ser. Además de todas estas diferencias, también empecé a darme cuenta que me atraían los chicos. Estaba teniendo, por llamarlo de alguna forma, mi despertar gay, mi autodescubrimiento.
No sabía a quién podía recurrir para que me ayudara con todas las preguntas que se me pasaban por la cabeza. Ahora podemos buscar en Internet mucha información de cualquier cosa y, además, encontrar personas en redes sociales con las mismas preocupaciones o gustos con los que sentirte identificado. En la primera década de los 2000 no era complicado buscar información gracias a Internet, aunque la que encontrabas era vaga, ofensiva o basada en estereotipos. Los referentes o, mejor dicho, el activismo que tenemos hoy en día a golpe de clic era un método desconocido y estaba aún por descubrirse. Si algo teníamos eran esos personajes o historias de televisión en las que podías verte reflejado y entendido. Pese a ello y gracias a, por ejemplo, personajes de series de televisión como Fer de Física o Química, podía entender mejor quién era y lo que me ocurría. Si me veía reflejado en un personaje de ficción, estaba seguro que ahí fuera había más gente como yo. Entonces fue cuando empecé a confesar a algunxs de mis amigxs cómo me sentía.
Cuando empecé la universidad y me mudé a la ciudad todo cambió. Empecé a conocer personas que habían pasado por un proceso similar, e incluso amigxs del pueblo de toda la vida me confesaron su homosexualidad. Es cuando, por fin, volví a reencontrarme con esa libertad que hablaba de cuando era pequeño y podía dejarme llevar por lo que sentía de verdad. Aprendí que iba a ser juzgado por todo el mundo, pero no por ser maricón, sino por todo lo que hiciera. Una vez perdido el miedo, acepté que no podía amoldar mi personalidad en función de lo que se esperan de mí y dejé de vivir escondido porque simplemente me gustasen los hombres. Entonces es cuando me acepté tal y como era. Había hecho muchxs amigxs, y seguía conservando a los del pueblo, que no me iban a juzgar por ello. Es cuando entendí que primero tenía que quererme y aceptarme a mí mismo para que todos los demás también lo hicieran.
Todxs tenemos una salida del armario diferente debido a las circunstancias y situaciones que vivimos, lo cual nos hace ser de una forma u otra. Lo más importante de esta reflexión es que tienes que perdonarte a ti mismx por haber ocultado tu verdadero yo durante la adolescencia y comprender que no influye en nada ni a nadie que te gusten los hombres. ¿Acaso había importado que a tu mejor amiga le gustase su compañero de pupitre por el simple hecho de que ella era una chica y él un chico?
Pese a toda la libertad de la que gozamos por vivir en el país que vivimos, nos encontramos en unos tiempos muy complicados en los que, si unx mismx no defiende lo que es, nadie lo hará. Es paradójico que incluso dentro del colectivo nos hagamos daño por ser una clase de maricón u otro, ya sea por nuestra forma de vestir, de expresarnos o por tener pluma. No es sano que entre nosotrxs reproduzcamos el mismo acoso que hemos sufrido y sufrimos por ser quienes somos. Se hace evidente la frase: la unión hace la fuerza para que podamos SER, cada uno a su manera, un buen marica.