
Para empezar, es fundamental que creemos un marco lógico comprensible que defina qué es el género. Este se podría definir como una construcción social viva y cambiante, que depende del momento histórico, social, político, económico y cultural; y que ordena (discrimina y oprime en ocasiones) a los sujetos de las diferentes sociedades en diferentes casillas según una serie de características físicas y sociales.
Es decir, en España, y en el resto de países ricos occidentales y globalizados, se reconocen hasta el momento solo dos géneros y de forma polarizada: masculino y femenino.
Así, atributos físicos como nacer con vulva o tener el pecho desarrollado se consideran femeninos, al igual que vestir con faldas, vestidos, interesarse por actividades más estáticas, estéticas y relacionadas con los cuidados.
En contraposición, lo masculino es entendido como lo dinámico, la fortaleza, el valor, lo físico… y físicamente nacer con pene y tener mucho vello.
Por lo tanto, lo masculino y lo femenino es entendido como un conjunto de características físicas (lo que se conoce como corporalidad o sexo biológico) y sociales, de expresión, modos, comportamientos… (expresión de género).
Identidad de género
Ahora bien, cada sujeto es el que determina con qué genero se identifica y es a lo que llamamos identidad de género.
Esta es la autopercepción de cada sujeto en relación con el resto, porque siempre nos hacemos y nos construimos en referencialidad. Así, desgraciadamente y dependiendo de la genitalidad de un bebé, se le asigna la etiqueta “hombre” o la etiqueta “mujer”.
Si esa etiqueta le incomoda o no está de acuerdo con ella, podríamos decir que esa persona es trans. Sin embargo, como con todo, existe una palabra contraria, pero la etiqueta más sonada y conocida siempre es aquella que define o acompaña a una realidad diferente a la norma. Aquella persona que no cuestiona, no le incomoda o está de acuerdo con el género asignado al nacer la conocemos como cis.
Ojo, ser cis o ser trans no tiene por qué estar relacionado con sentirnos disconformes con los roles o los estereotipos relacionados con nuestra identidad de género. O sea, yo puedo identificarme como un hombre y ser cis y no gustarme ni los coches ni las camisas, ni los pantalones, por ejemplo.
Al igual que las mujeres y los feminismos, que llevan cientos de años luchando sobre todos los mandatos, roles y estereotipos que se les atribuyen.